miércoles, 9 de marzo de 2016

MARCELINE LORIDAN-IVENS




                                                   MARCELINE LORIDAN-IVENS






        Marceline Rosenberg nació en Épinal el 19 de marzo de 1928. Es hija de polacos judíos (que emigraron a Francia en 1919).
        Fue capturada, junto con su padre (Szlama Rosenberg) por la Gestapo y fueron enviados a Auschwitz-Birkenau, cuando sólo contaba con quince años.
        Debido al horror y al sufrimiento que padeció, su vida quedó marcada por todos estos acontecimientos.
        Estaba tan unida a su padre que incluso llegó a decir: "te quiero tanto que me alegro de que me deportaran contigo"; pero lamentablemente sólo ella pudo sobrevivir (es una de las ciento sesenta personas que aún viven de las dos mil quinientas que lograron escapar o ser liberadas de un campo de concentración).
        La muerte de Szlama fue un golpe durísimo. Ella no pudo conocer cuál fue su destino porque en el propio campo (en el que estaban separados por sexos) un día no volvió a verlo más. Allí, él le entregó una carta, pero debido al estado en el que se encontraba Marceline, aún hoy en día no es capaz de recordar qué ponía; lo que le ha causado siempre una auténtica tortura y por otra parte ha hecho que finalmente, después de tantos años, escriba de modo autobiográfico, su novela "Y tú no regresaste".
        El 10 de mayo de 1945 recobró la libertad y en muy poco tiempo se casó y se divorció.
        En 1963 se casó con el director de cine documental Joris Ivens y desde entonces hicieron una serie de películas juntos (fue incluso expulsada de China en 1976 por trabajar en un documental con su pareja durante la Revolución Cultural de Mao).
        Es una cineasta comprometida y una escritora conmovedora.
        En 2003 realizó una película (en solitario) inspirada en su recorrido por los campos (Petite Prairie aux bouleaux). Por ahora escribió dos relatos: "Ma vie balagan" y "Y tú no regresaste".
        Es una mujer luchadora, fuerte, constante, enérgica, solidaria y con un enorme instinto de supervivencia.
        Confiesa que desde los años cincuenta su padre está presente en cada obra y en cada trabajo, que la gente que no pasó por lo mismo no comprende la deshumanización que se siente, la violencia terrible (física y psíquica) y que al terminar la guerra, a pesar de que hubo algunos casos de heroísmo, habían sido muy pocos y se dejaron pasar las matanzas de judíos, no sólo franceses si no también europeos.
        En una de sus últimas entrevistas relató que aunque lo más importante era la supervivencia de uno mismo, también había momentos de solidaridad y que una vez que tenía fiebre y no quería que la llevasen al hospital (porque te trasladaban casi de inmediato  a la cámara de gas) sus compañeras la escondieron en un agujero para que pudiera reponerse.
        Cree que las mentiras de la historia son gigantescas y que la manipulación es muy peligrosa.
        Nunca ha querido tener hijos porque siempre pensó que el antisemitismo volvería y que a pesar de que tuvo una vida muy difícil, al final salió bien parada.
        Para ella es muy importante no hacer daño y poder reparar el mundo, aunque a día de hoy ya no siente que forme parte del flujo de la vida.
        Una mujer que tuvo que volver a encontrar su sitio y que a pesar de las miserias sigue mostrando una preciosa sonrisa y una energía admirable.
        A sus 86 años todavía demuestra una capacidad desorbitada para luchar con o contra el mundo para arreglarlo, aunque sea un poquito.




                                                        Y TÚ NO REGRESASTE





        Es la autobiografía de la autora, en forma de carta a su padre, desde que en abril de 1943 fue enviada a Birkenau con él.
        Describe las pesadillas que tuvieron que padecer y siempre de un modo tranquilo pero duro. Es franca y consigue agitar la conciencia de quien lo lee sin alterarse en sus formas.
        Cuando hace poco le preguntaron si cuando les arrestó la Gestapo sabía lo que sucedería respondió que su padre sí que debía saber más porque le dijo: "Tú quizás regreses, pero yo no volveré nunca" (de ahí el título de esta novela). Ella no sabía a dónde iban pero cuando el tren que los transportaba (como a ganado) cruzó la frontera del país natal de Szlama, él debió sentir un auténtico terror.
        Un libro impactante y desgarrador que se lee en una hora más o menos pero que no podré sacármelo de la cabeza nunca.

        Las palabras que más me impresionaron de la novela:

        "A pesar de lo que nos sucedió, yo he sido una persona alegre; tú lo sabes. Alegre a nuestra manera, para vengarme de estar triste riéndome de todos modos. A la gente le gusta eso de mí. Pero estoy cambiando. No se trata de amargura, no estoy amargada. Es como si ya no estuviera aquí. Escucho la radio, las informaciones, sé lo que pasa y con frecuencia me da miedo. Éste ya no es mi lugar. Puede que sea la aceptación de la desaparición o la falta de deseo. Me voy deteniendo.
        Y entonces pienso en ti".
        "Yo te dije: < Trabajaremos en ese lugar y volveremos a encontrarnos el domingo>. Tú me respondiste: <Tú sí volverás porque eres joven, pero yo no regresaré>. Esa profecía la llevo grabada dentro de mí tan violenta y definitivamente como el número de serie 78750 que grabaron sobre mi brazo izquierdo, algunas semanas más tarde".
        "Todavía hoy, cuando escucho decir <papá> me sobresalto, aunque hayan pasado setenta y cinco años, aunque lo diga alguien a quien ni siquiera conozco. Esa palabra salió de mi vida tan pronto que me hace daño".
        "Pensar demasiado en ello era permitir que la ausencia entrara y eso te vuelve vulnerable, despierta los recuerdos, debilita y mata. En la vida, la verdad, también se olvida, se deja pasar, se selecciona, pero se confía en los sentimientos. En aquel lugar era al revés, lo primero que se perdía eran  las referencias de amor y de sensibilidad. Uno se congelaba por dentro para no morir. Tú sabes bien que en aquel lugar el espíritu se encogía, no había futuro má allá de cinco minutos, una perdía la conciencia de sí misma".
        "Yo era tu querida niña. Lo era todavía a los quince años. Se es querida niña a todas las edades. Tuve tan poco tiempo para llenarme de ti..."
        "Yo llevaba la chaqueta de una muerta, la falda de otra y los zapatos de una tercera. Pero hay que llevar un verdadera vida para que los objetos y la ropa te recuerden a alguien".
        "Tu carta también llegó demasiado tarde. Probablemente me hablaba de esperanza y de amor, pero ya no había humanidad en mí: yo había matado a la muchachita, yo cavaba al lado de la cámara de gas, cada uno de mis gestos negaba y enterraba tus palabras. Yo estaba al servicio de la muerte. Había sido su ^Trage^. Y después su pico. Tus palabras me resbalaron, se fueron, incluso habiéndolas leído varias veces. Me hablaban de un mundo que ya no era el mío. Había perdido toda referencia. Era necesario que la memoria se desmigajara, si no, no habría podido vivir".
        "Sobrevivir hace que las lágrimas de los otros se vuelvan insoportables. Una podría ahogarse en ellas".
        "Lejos de esa vida que, desde el otro lado de la calle, sólo pedía ser retomada, llena de silencios, de ausencias, de engaños. La vida en la que tú no estabas".
        "Afortunada según algunos, pues aún tenía una familia. Pero yo estaba en otra parte. Aferrada a ti, es decir, a la nada".
        "Mamá era ese tipo de personas que son generosas pero bruscas, desprovistas de psicología, personas que te bloquean sus emociones y las transforman en risa o en cólera. Tú sabes bien cuán rápido perdía ella los estribos y se descontrolaba, cómo nos gritaba y  nos pellizcaba fuerte. Tenía siempre atenciones con sus hijos que nunca tenía con sus hijas, a las que veía como prolongaciones de sí misma. Ella había dejado que tú fueras para nosotras la ternura y la autoridad, no tenía mal corazón. Yo  no me enojé con ella por su ausencia en el Lutetia y en el andén de la estación. Ella no entendió o no quiso entender de dónde volvía yo. Le habría hecho falta encontrar palabras y gestos que no sabía cómo manejar".
        "Hace falta envejecer para acceder a los pensamientos de los padres".
        "Se cumple la promesa que me hiciste, <Tú eres joven, Marceline, saldrás adelante>. Pero ¿dónde estás tú?".
        "Yo  no me creo nada de la historia oficial escrita por Francia".
        "No tengáis miedo; la salida está próxima; yo sé que he sido libre, no renunciéis, no olvidéis nunca".
        "¿Dónde estás tú? Sólo pienso en ti. Pero no te busco entre la gente. No nos reencontraremos de esa manera".
        "¿Por qué, una vez regresada al mundo, era incapaz de vivir?".
        "Tus sueños eran demasiado grandes para nosotros, no estuvieron a la altura".
        "Deberías haber regresado. Siempre he pensado que para la familia habría sido mejor que volvieras tú, en vez de yo".
        "Sin ti, nuestra familia se convirtió en un lugar en el que uno pedía auxilio, pero nadie te escuchaba".
        "No debieras haberlo hecho, como tampoco debiste haberla sacado de la escuela cuando nació Michel para que se ocupara de él. Era tan brillante... Te hablo desde un tiempo en que las mujeres han conquistado su lugar, me gustaría que lo hubieras conocido, que este tiempo te hubiera empujado a escuchar y comprender las aspiraciones y los sueños de tus hijas, de Henriette, de Jacqueline, los míos".
        "Si hubiéramos tenido una tumba, un lugar donde llorarte, las cosas quizás habrían sido más simples. Si hubieras regresado, disminuido, enfermo, para morir como tantos otros, porque regresar no quería decir sobrevivir, te habríamos visto partir, te habríamos cogido de las manos hasta el momento en que se quedaran sin fuerza, te habríamos velado día y noche, habríamos escuchado tus últimas palabras, tus murmullos, tu adiós, y ellas habrían desplazado para siempre esa carta que hoy me falta".
        "Una se siente casi feliz al saber hasta qué punto puede ser desdichada".
        "Porque con el tiempo, la sombra de los campos sobre mi vida se confunde con tu ausencia. Y es haber vivido sin ti lo que me pesa".
        "Me han hecho falta muchos encuentros para acomodarme a la existencia y a mí misma. Y mucho tiempo, para amar".
        "Cuando la tierra respira a eso se le llama <viento>".
        "Te quería tanto que estoy contenta de haber sido deportada contigo".
        "Tengo ochenta y séis años, el doble de la edad que tenías tú al morir. Hoy soy una señora vieja. No tengo miedo a morir, no siento pánico. No creo en Dios ni en que haya algo después de la muerte. Soy una de las 160 que todavía viven de entre los 2500 que regresaron. Fuimos 76500 los judíos de Francia que partimos hacia Auschwitz-Birkenau. Seis millones y medio murieron en los campos".
        "Hoy tengo un nudo en la garganta. Me enojo con frecuencia. No sé desentenderme del mundo exterior, me atrapó cuando tenía quince años. El mundo es un mosaico horrendo de comunidades y religiones empujadas a los extremos".
        "Nos llaman <los judíos de Francia> y también están los <musulmanes de Francia>, henos aquí puestos cara a cara, yo que quería ser de todos lados, en todo caso del lado de la libertad".
        "He vivido porque tú querías que viviera. Pero lo he hecho como aprendí a hacerlo en aquel lugar, viviendo al día, uno tras otro. Y los ha habido hermosos, de todos modos. Escribirte me hace bien. Hablándote no me consuelo, sólo aflojo lo que me aprieta el corazón. Me gustaría huir de la historia del mundo, del siglo, volver a la mía, la de Shloïme y su querida niña. De ese modo regreso a la  infancia, a la adolescencia que no se me permitió vivir, y eso es  normal a mi edad.
        Hace dos años pregunté a Marie, la  mujer de Henri: <Ahora que la vida se termina, ¿crees que hicimos  bien en regresar de los campos?> Me respondió: <Yo creo que no, no deberíamos haber regresado. Y tú, ¿qué piensas?>. No pude darle la razón ni quitársela, sólo dije: <No estoy lejos de pensar como tú>. Sin embargo, si justo antes de que me vaya me hacen a mí esa pregunta, espero saber decir que sí, que valió la pena".
     

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